Mathilda, Mary Shelley


Título original: Mathilda
Título en España: Mathilda
Autor: Mary Shelley
Traducción: Marie-Anne Lecouté
Ed. Montesinos
Páginas: 180

 En 1819 Mary Shelley finalizó esta obra que sólo vería la luz una vez desaparecida su autora. Mathilda es el producto más acabado de su espíritu romántico. En ella convergen dos elementos equilibradamente amalgamados: la necesidad de exorcizar una vivencia privada, y el imperativo estético-romántico de diseñar una sensibilidad apasionada y tocada con los estigmas de la tragedia y la búsqueda de la soledad y la muerte. El ambiguo malentendido de la probable pasión incestuosa que un padre profesa por su hija, hace de esta novela, sin embargo, una obra exquisita y rara en su género.

No es ningún secreto que me apasiona la vida de aquellos cinco jóvenes autores, que en el verano de 1816 re definieron la narrativa y la novela tal como se conocía hasta entonces. Dos de ellos sembraron el germen de las dos figuras más icónicas de la cultura popular actual: el vampiro, como figura romantizada y rescatada por Polidori, y la criatura de Frankenstein, nacida de las pesadillas de Mary Shelley. Fue ella, a través de esa obra, la que dio a luz al género de la ciencia ficción, y expandió para siempre los límites del terror.

Por eso, cuando hace unos días encontré este libro en la biblioteca, y acordándome del aniversario del nacimiento de Mary, no pude ni quise evitar llevármelo a casa, y descubrir esas facetas quizás menos conocidas de la autora. Todo el mundo ha oído hablar de Frankenstein y su criatura, pero quise ahondar un poco en sus otras obras, hacer llegar con voz humilde y agradecida a quien me quiera oir, todas aquellas otras cosas que Mary tenía por contar. Esto es sólo el primer paso, y la experiencia ha sido tan satisfactoria que buscaré la forma de hacerme con alguna otra obra suya.

Desde el mismo prólogo de Carmen Virgili sabemos qué nos vamos a encontrar en la obra. Mathilda cuenta la historia de una hija que, por desgracias de la vida, se ha visto privada de cariño y de figura materna. Su padre, roto por el dolor de perder a su esposa, se ausenta del hogar y hasta pasados unos cuantos años no regresa, para alegría y regocijo de su hija. Pero Mary Shelley arriesga hasta casi el límite cuando plantea una situación rayando en el incesto, cuando el padre (quien sabe si en los delirios de su tristeza) parece enamorarse de su propia hija como lo hiciera en su día con la madre. Imaginaos por un momento la revolución y el escándalo que pudo suponer algo tan transgresor como esto, y que aún hoy en día sigue siendo tabú.

Las consecuencias que ese sentimiento tiene en el padre y en la propia Mathilda se explican después, ya que la obra está escrita a modo de memorias, cuando la protagonista sabe de manera certera que va a morir. Así lo expresa al principio de su crónica, y aunque el lector no sabe qué le ha llevado hasta esa situación ni de qué manera ha muerto, sabe que está leyendo memorias desde su tumba.

En mí se agita una mente vivaz y ligera que emite las últimas señales de vida. No veré nunca más las nieves de un nuevo invierno, no sentiré nunca más, lo sé, el calor vivificante de un nuevo verano, y con esta certidumbre empiezo a escribir mi trágica historia.

Es una voz que se deja llevar a ratos por los recuerdos felices y por la condescendencia del pasado, ya que en los primeros capítulos se dedica a describir a su padre. No cuesta mucho establecer un paralelismo en algunos aspectos entre el padre de la protagonista y el padre de la propia Mary, William Goldwin. Ambas figuras se ven reforzadas tanto en inteligencia como en carácter y en virtudes, y el lector no puede si no preguntarse hasta que punto Mathilda no está siendo un alter ego de Mary y está volcando por escrito la idealización intelectual que tenía de su padre. También aparece la figura materna, de nuevo idealizada e idolatrada por su esposo. Como en su propia vida, la madre de la protagonista muere unos días después de dar a luz (Mary Wollstonecraft murió de las complicaciones del parto, dejando a Mary a cargo de su severo padre) y ella es enviada al cuidado de un familiar.

De manera casi minuciosa, Mary Shelley reconstruye sus años de infancia, dotándoles de elementos más propios de la tradición romántica en la que se ve asentada. Un paraje remoto en la salvaje y agreste Escocia, una mansión aislada del contacto humano y rodeada a su vez por una naturaleza desbordada, el bosque como lugar de evasión y abstracción...Por ésta y otras características, es una novela con elementos románticos y góticos que no suele ser tan tenida en cuenta, dada la fama que alcanzó la autora con Frankenstein.

El padre regresa de su periplo por el mundo, y Mathilda se siente feliz y agradecida por semejante ocasión. Como en muchas otras novelas posteriores, la figura del familiar que está al cargo es una figura lejada, distante, demasiado austera y escasa en demostraciones de afecto (cuando no directamente es tratado como alguien vil y miserable, véase Jane Eyre). Es entonces cuando vive su época más dorada, disfrutando de la compañía de su querido padre.

Mi mente se ensanchaba gracias a su conversación: era como un renacimiento para mí, me sentía invadida por todo el frescor y la vida de un ser nuevo. Desde su llegada era como si, desde un lugar angosto de la tierra, me hubieran transportado a un universo donde la inteligencia y la imaginación no conocían límites.

De nuevo cobra protagonismo el valor que Mary Shelley le daba a la inteligencia, y no es sutil cuando vuelve a ensalzar a su propio padre a través de la figura del padre de Mathilda. Está claro que como mujer joven de la época tuvo la gran suerte de nacer en una familia de intelectuales y que William Goldwin se esmeró en facilitar la mejor educación a su hija. Pero según va transcurriendo la novela y Mathilda profetiza grandes desastres viéndose abocada a la desesperación más absoluta, uno no puede dejar de preguntarse hasta dónde llegó la ficción y la realidad en la vida de Mary Shelley. Y la sorpresa (si no el espanto) hace presa del lector.

Porque todos los horrores que fueron profetizados están a punto de cumplirse cuando el padre cambia radicalmente de comportamiento y deja de ser atento y amable con su hija y se muestra huraño, esquivo y distante con ella. No se sabe si en un intento de escudarle, la autora hace un intento de justificarle y traslada la acción  a la vieja mansión donde el matrimonio vivió sus días felices antes de la muerte de la esposa. Mary despliega toda su habilidad como creadora de ambientes en esos días que parecen ser la calma que precede a la tempestad. ¡Y qué tempestad! Las pasiones (las altas pero sobre todo las bajas), el torrente de sentimientos exaltados, la losa de la culpa y una visión apocalíptica del pecado. Es un derroche de talento descriptivo, una psicología abrumadora (o tal vez, como plantea Carmen Virgili en el prólogo, haber vivido una situación similar en carne propia) lo que hacen de esta parte de la novela una de mis preferidas. Recuerdo mientras lo leía pensaba que bien podría incluirse en la categoría terror, por la crudeza y lo siniestro de la situación.

Me consolaríais entonces reduciéndome a la nada, pero no puedo soportar vuestras palabras; me van a volver loco, verdaderamente loco. Me harán decir despropósitos...Los creeréis, y estaremos perdidos uno y otro para siempre. Os lo aseguro, estoy al borde de la locura. ¿Por qué, hija cruel, queréis empujarme más adelante? ¡Tendréis remordimientos y causaréis mi muerte!

Son diálogos que aún hoy rebosan una fuerza y pasión arrolladoras. Sin duda debieron ser un auténtico shock para la época. William Goldwin se desligó de los proyectos de su hija en cuanto se formalizó la relación con Percy Shelley, pero no es difícil pensar en la desagradable sorpresa que tuvo que resultar encontrar esta obra que tantos paralelismos biográficos podía trazar.

De los acontecimientos que suceden después prefiero que os enteréis por vuestra cuenta en caso de que leáis la obra, pues a mi entender son el punto álgido de la misma, la mejor parte, y no quisiera arrebatárosla, ya que es mejor que contéis con el elemento sorpresa. En el último tercio del libro el lector conoce cómo Mathilda ha llegado al estado actual de desesperanza que la embarga. La voz que antes sonaba condescendiente y amable al hablar del pasado, suena ahora amarga y culpable por el presente. Por todo ello, la protagonista sólo contempla su  muerte, quitarse la vida como única solución a la trágica historia de habla al principio.

No debe olvidarse que Mary Shelley escribió esta obra meses después de sufrir la pérdida de sus dos primeros hijos, Claire y William, y que seguramente actúo como catarsis del duelo que estaba viviendo. El estado en el que se encuentra Mathilda en la última parte del libro debió ser parecido al que se encontraba la propia autora, inmersa en una profunda depresión que la llevó incluso a distanciarse de su marido, Percy Shelley. Leyendo algunas partes no pude evitar sentir una infinita compasión por esa Mary viajando por Italia vestida de luto y asediada por el sufrimiento y la pena de haber perdido a dos hijos pequeños mientras escribía esta obra.

Y yo, que fui alimentada por las lágrimas y bañada en el rocío de la aflicción durante tantos años, ¿podría yo acaso relataros, aunque fuera por unos momentos, otra cosa que una historia de dolor y muerte?

Y no, Mary no puede ni quiere evitar ese destino trágico que atrapa al lector desde el inicio de la obra. Sabemos que Mathilda va a morir, y es en las últimas páginas donde sabemos cómo. A pesar de querer dar unas pinceladas de luz y calidez al conjunto mediante la presencia de Woodville, el único verdadero amigo de la protagonista, que se apiada de ella y le hace compañía en sus últimos años. De él llega a decir que es "la persona más noble y compasiva del mundo", y pone en su boca un hermoso alegato de bondad y esperanza en el ser humano y en por qué merece la pena seguir viviendo aunque las fuerzas flaqueen. Pero es una novela gótica, y el desenlace no puede ser otro que el prometido: la muerte de Mathilda.

Me ha emocionado ir descubriendo (o intuyendo) las partes que podrían ser consideradas autobiográficas, viviendo cada etapa de la historia de la protagonista, asimilándola a la vida de la autora y descubriendo una mujer que sufrió desgracia tras desgracia (a la muerte de su madre hay que sumar la de su hermanastra, sus dos primeros hijos y su querido esposo Percy Shelley) y aún a pesar de ello, supo ser capaz de luchar contra la tragedia. O al menos transformarla en obras tan impactantes como esta, y tan memorables como Frankestein.  Por eso quizás me he dejado llevar en la reseña. Espero haber sabido mostrar todos los sentimientos que afloraban en mí mientras iba leyendo, y sobre todo, haber sido capaz a motivaros para que os acerquéis al resto de obras de Mary Shelley.  

2 comentarios

  1. Es verdad que a la autora se la conoce básicamente por Frankestein así que me apunto este libro (espero encontrarlo).

    Gracias por la reseña.

    Besotes.

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    1. Hola!
      No creo que sea muy difícil encontrarlo. Nórdica tiene una versión preciosa, pero en mi biblioteca no lo tenían, jajajaja.
      Gracias a tí por pasarte, un saludito!

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